Aunque
para nosotros sea poco conocido, la teoría y praxis del no castigo, tiene
cierto nivel de desarrollo en nuestro país vecino.
Según
pudo contarnos María Lucía Karam, jueza abolicionista brasileña, que en los años
ochenta se destacó por su tendencia a no condenar a personas acusados de
haber cometido delitos tales como la tenencia o el consumo de drogas, el
abolicionismo penal llega a Brasil en la década del ochenta del pasado siglo XX,
de la mano del profesor holandés Louk Hulsman.
A
diferencia de lo que ocurrió en el resto de Sudamérica, donde el derecho penal
mínimo de Alessandro Baratta caló hondo en los claustros académicos de la por
entonces denominada criminología crítica o criminología de la liberación, en
Brasil el autor de culto por aquellos años fue este simpático norte-europeo
signado por el paso por un campo de concentración nazi durante su juventud y
una incansable actividad gubernamental en los Países Bajos, estado en el que
logró reducir la cantidad de reclusos de 55 a 18 cada 100.000 habitantes
en pocos años.
La
primera obra abolicionista que llega a Brasil fue “Peines perdues”, de Louk
Hulsman, traducida por la propia Karam.
Poco
tiempo después se traducirían textos de Christie y Mathiesen y los mismos
brasileños empezarían a desarrollar sus propias reflexiones.
Entre
las obras más destacadas del pensamiento abolicionista en Brasil pueden
mencionarse la antología de textos publicada como “Curso Livre de abolicionismo
penal”, las conversaciones libertarias de Edson Passetti y el texto de Karam
“De crímenes, penas y fantasías”.
Paralelamente
aparecieron revistas, cursos, seminarios y hasta programas de televisión.
Desde
el punto de vista teórico, sin dudas el principal aporte de esta nueva
corriente fue el concepto de “Heteropía libertaria” de Passetti. Para el autor
brasileño la heteropía, a diferencia de la utopía, se encuentra al alcance de
nuestras manos y puede materializarse incluso desde la vida cotidiana.
Ambas
cosas se complementan. El fin utópico, casi inalcanzable, y los medios imperceptibles a priori, del quehacer transicional.
De
la mano de Karam, el tema “drogas” también apuntaló el desarrollo del
abolicionismo penal en Brasil. Anti-prohibicionismo, legalización y discusiones
en torno a la constitucionalidad o no de tipos penales que cuestionen
actividades privadas como puede ser el hecho de consumir una línea de cocaína o
un cigarrillo de marihuana, empezaron a ser frecuentes en los ámbitos de
discusión socio-jurídico penal brasileños.
Fieles
a sus raíces libertarias los abolicionistas brasileños difunden sus ideas, plenos
de convicciones y entusiasmo pero sin ánimos de adoctrinamiento.
En
este sentido María Lucía Karam supo decirnos que no obstante ser muy difícil la
divulgación de ideas tan radicales como las abolicionistas, su optimismo se
fundamenta en el hecho de que cada vez que ella tiene la posibilidad de hablar
en público, al menos una persona se le acerca
ofreciendo ayuda y reclamando mayor información.
Cabe
destacar la importancia que los abolicionistas brasileños le dan a la difusión
de sus ideas, reuniones y proyectos desde internet.
Por
sólo citar un ejemplo www.nu-sol.org publica las
diferentes ediciones de la revista anarquista y abolicionista penal Verve, los
eventos anarquistas y abolicionistas que pueden resultar de interés y
diferentes trabajos clásicos y contemporáneos sobre anarquismo y abolicionismo.
También
en este sentido deben destacarse algunas limitaciones.
Brasil,
no obstante ser el país más grande y poderoso del continente, tiene el "problema"
de ser uno de los pocos Estados latinoamericanos en los que no se habla
español; por ende la tendencia –voluntaria o involuntariamente- es a cerrarse y
generar micro-climas de exclusivo predominio portugués-parlante.
La
integración del abolicionismo brasileño con otros simpatizantes y/o
agrupaciones abolicionistas desparramadas por el resto de Latinoamérica es
imprescindible si lo que se pretende es tener una incidencia regional realmente
significativa. A trabajar en ello.
Maximiliano Postay