25/4/12

Patada al hígado

Segunda de tres partes de “Pobre: Te odio, te aborrezco y te castigo”.

Marche una Hepatalgina a la mesa 44. Nuestros investigadores empiezan a sentir un fuerte malestar estomacal. 

III. Los policías y su odio a los pobres.
“Tengo las cosas muy claras. Traicioné a mi clase social desde el momento mismo que me puse este uniforme y esta gorra. Persigo a los pobres, aunque mi procedencia humilde sea innegable. Los miro a los ojos con asco, con desdén. Sobreactúo la diferencia entre un “ellos” y un “nosotros” completamente ficticio. Me premian por acumularlos en comisarias como cucarachas. Ejecuto directivas. No pienso. No cuestiono. Obediencia debida. Orden al servicio de la comunidad”.

“Mi dignidad vale tan poco que a veces la uso de propina. Torturo, persigo, grito, golpeo, reprimo y a cambio ni luchar por mis derechos puedo. Mi vida corre peligro día tras día, mi familia muchas veces también lo hace, pero esto no deja de ser un detalle menor frente al enorme orgullo que representa para mí servir a la patria. ¿Sindicalización? Jamás, nunca, ni en sueños. La cúpula al mando ve con muy malos ojos que los policías rasos puedan materializar semejante acto vandálico”.
“Últimamente en América Latina estamos adquiriendo una sana costumbre. Cuando un gobierno no nos gusta, improvisamos algún que otro golpe de estado. A veces algún populista berreta toma el poder y le da a los pobres (a los malos, no a nosotros) más de lo que en realidad les corresponde y eso a nuestros jefes (sí, esos que no permiten nuestra organización) mucho no les simpatiza. Hasta ahora venimos fallando. Será cuestión de seguir intentando. ¿Quién te dice? Quizás si ustedes nos dan una manito en cualquier momento metemos un batacazo”.

“Comemos mucha pizza. Las tortugas ninjas son nuestros referentes. Somos gordos, panzones, pero hábiles para capturar a intrépidos forajidos arranca-billeteras. Decimos “afirmativo” más veces que Susana Giménez “correcto”. Jamás nos metemos con los grandes delincuentes. El delito organizado trabaja en connivencia con nosotros. Somos parte de una suerte de “equipo familiar”. Pan y manteca. Batman y Robin. Fresco y Batata. Martín y Fierro. Los hermanos sean unidos, que esa es la ley primera. Así decía, ¿no? Que lindas épocas esas… desde que se inventó la pólvora, se acabaron los valientes”.
“Para dormir no contamos ovejas, sino cometas. ¿Estrellas fugaces? ¿Figuras cósmicas? Nooooo mi amigo. Estoy hablando de los “diegos” que nos llevamos cada vez que nos toca hacer un operativo. ¿Maradona? Nooooo. Ustedes están bastante perdidos por lo que veo eh!! Verdesss!! Verdessss!! Parece que la materia “corrupción” se la llevaron a marzo, eh! Mucha mano dura, mucho tolerancia cero, pero poca viveza. Ya sabía que los iba a agarrar en algo”.



IV. Los jueces y su odio a los pobres.
“Soy Dios. O lo más parecido a eso que pueda existir en este mundo. Me deben respeto y sumisión. Todos y todas. Exijo que me llamen “Su excelencia”. Vivo de rituales muy estúpidos. Un crucifijo adorna mi cabeza. En algunos países hasta uso peluca y toga. Teatralizo el conflicto social que por supuesto me pertenece. Las partes no existen. Son meros datos en un expediente, cuyo contenido jamás conoceré. Soy Dios. Eso ya lo dejé claro, ¿no?”.

“Soy Dios. Tengo chofer, custodia y mucho pero mucho roce social. Vivo extremadamente mejor de lo que podría sugerirles mi salario. Mis ingresos son de dudosa procedencia. Amigos, cadenas de favores. No piensen mal por favor. Una excarcelación tiene precio, pero no lo digan demasiado alto. Lo sabe todo el mundo, pero uno tiene su nombre, vio. Además soy profesor universitario. Que van a pensar los incrédulos de mis alumnos”.

“Soy Dios y en mi calidad de tal de más está decir que me cago en eso de la igualdad ante la ley. Sin dudas me parece la frase más pelotuda de toda la normativa existente sobre la faz de la Tierra. Salvo alguna excepción muy pero muy aislada, sólo condenamos a los pobres. Ay, ay, ay. Que fácil sería si todos supieran cómo compensarme. Soy Dios”.
“Soy Dios. Mi cargo es eterno. Pertenezco a una corporación divina. Intocable. Todos sueñan con tener un amigo como yo. Un conocido con tan alto rango y jerarquía. Trabajo bastante poco. Para eso tengo un ejército de pendejos, a mi disposición. Que vayan aprendiendo los mocosos como es esto de mirar a todos por encima del hombro. Toman las audiencias por mí, escriben las sentencias por mí y hasta a veces me falsifican la firma para no complicar mi estadía en el campo de golf más cercano. Soy Dios”.

“Soy Dios. Pongo el grito en el cielo si alguien osa contradecirme. Que a nadie se le ocurra denunciarme públicamente o intentar cortar alguna de mis atribuciones. Ni agencia de noticias, ni compra-venta de influencias, ni escuchas ilegales, ni anillos de miles y miles de dólares. Soy Dios y Dios hace lo que se le canta. Tomá nota marcianito.”



V. El sistema penitenciario como depósito de pobres.
“Todos los días los vemos entrar. Nunca pronuncian bien las palabras. Nunca son rubios. Que mala imagen. Que mala vista. Ya que los tenemos encerrados podrían ser un poco más lindos, eh. Pero no. Estos negros de mierda, no saben hacer otra cosa que delinquir”

“Se agradece de tanto en tanto algún que otro recreo visual. Celebramos cuando en las cárceles de mujeres aparece alguna rusa atractiva. Que las cárceles femeninas estén llenas de mulas preferentemente extranjeras muchas veces nos salva la vida. Salvo –por supuesto- que se trate de alguna boliviana o peruana. Eso es lo mismo que tener una cárcel de hombres a nuestra disposición. Basura, basura y más basura.”
“Dicen que surgí para humanizar los castigos medievales, la tortura en plazas públicas y demás rituales violentos al estilo William Wallace en el final de “Corazón Valiente”; pero la realidad indica que mi único objetivo se limita no a sustituir sino a esconder esas prácticas y mantener su ejecución detrás de los muros carcelarios. Parece que de un momento a otro publicitar las represalias no fue muy rentable que digamos para las autoridades de turno y ahí aparecí yo y a otra cosa mariposa. Jaulas. De un tiempo a esta parte, por suerte nos pusimos de moda”.  

“No soporto a los familiares de los presos. Son la misma lacra que ellos. Me encanta complicarles la vida lo más que pueda. Construyo cárceles lo más lejos posible de los centros urbanos para que cada vez les sea más difícil irlos a visitar. No hay que mezclar a los normales con estas bestias. Que se tomen cuatro colectivos. Eso a mí me tiene sin cuidado. Mejor. Así los agarro bien cansados para humillarlos sin pudor alguno en las benditas requisas. Momento sublime si los hay. Cuartito al fondo, a sacarse la ropa y si te he visto no me acuerdo”.
“Me encanta ser cínico. Lo disfruto, lo gozo. Me masturbo con el artículo ese que dice que la cárcel tiene como objetivo la reinserción del delincuente en la sociedad. Me cago de risa. Me río en la cara de los que me creen. ¿Resocializar excluyendo de la sociedad? ¿A qué ignorante perverso se le ocurre confiar en semejante contradicción lingüística? Si me interesara resocializar a alguien, una vez que los tipos salen no les dificultaría enormemente las cosas, por ejemplo jodiéndoles la vida para que consigan un trabajo a partir de la existencia del certificado de antecedentes. Me caigo y me levantoooooo!! ¿Resocializar? ¿En serio alguien cree semejante estupidez? Jajajaja!! Estruendoso. Genios posmodernos. Qué maravilla que son los teóricos del estado de bienestar. Palito, bombón, helado. Merca, celular y celda vip. Quién da más, quién da más”.

Maximiliano Postay