22/8/13

La última ficha

La fuga de los 13 presos de Ezeiza, las militancias parciales y el abolicionismo penal



Todos los caminos conducen a Roma. O mejor dicho, a plantear la necesidad de militar fuertemente por la desaparición de la cárcel. Ya no es suficiente pretender “mejorar” la institución, pintar sus paredes o luchar únicamente por reivindicar algún que otro derecho individual de las personas privadas de su libertad. No hay lugar para tibiezas, vacilaciones ni posiciones a mitad de camino entre la crítica enérgica y la legitimación manifiesta. Pretender “mejorar” la cárcel sería (y es) ingenuo de nuestra parte. Un suicidio táctico. Una praxis activista destinada a fracasar. No hay margen alguno para mejorar algo naturalmente concebido para destruir, excluir, apartar, someter y torturar a hombres y mujeres de carne y hueso. Seamos contundentes. A algo semejante sólo se lo combate eficazmente propugnando su abolición.

Lo sucedido en Ezeiza no hace más que corroborar y reafirmar mi postura. Más allá de coberturas mediáticas hilarantes con cierto tono hollywoodense y escaso rigor conceptual, el panorama es harto elocuente y, como dirían las abuelas, “para muestra basta un botón”.

Si los 13 presos de la “película” se fugaron heroicamente y sin ayuda de nadie, sería 100% hipócrita cuestionar su accionar. Pongámonos por un instante en la piel de un ser humano encerrado, rodeado de resentimiento, rencor y opresión sistemática. ¿Tendríamos a nuestra disposición alguna opción más seductora que el escape? Intuyo que no. Alguna vez un profesor de criminología me dijo: “El primer y único derecho que tiene un preso, es el derecho a la fuga”. Suscribo las palabras de aquel viejo maestro y continúo mi análisis recordando alguna que otra caminata por los pabellones del Complejo Penitenciario N° 1. Como docente de “Derechos Humanos y Garantías”, en el marco del Programa UBA XXII, confieso tuve –y en más de una ocasión- un deseo casi incontrolable. Dinamitar los muros y continuar la cursada en un plaza a cielo abierto supo transformarse en uno de mis pensamientos más excitantes.  

Si por el contrario, la hipótesis del heroísmo se desvanece y empezamos a hablar, sin más, de connivencia interna, más a mi favor. ¿Acaso creían que iban a poder cambiar algo (o al menos intentarlo) sin pagar las consecuencias? ¿Hay algo más antidemocrático que una cárcel? ¿Existe zona liberada más proclive a la corrupción y el negocio espurio que una prisión? No, no y no. Está todo demasiado contaminado. E insisto. No hay descontaminación posible. La cárcel es contaminación. La cárcel es esto. No otra cosa.

La suerte ya está echada. Compañeros de adentro y afuera, el Servicio Penitenciario no permite filtraciones.  O lo atacamos a fondo o nos comen las rodillas. O tenemos un norte claro, hacia la abolición de semejante barbarie, o seguimos siendo cómplices involuntarios de algo que seguramente en algunos años habrá de avergonzarnos como sociedad.

Desmilitarización del SPF y los Servicios Penitenciarios Provinciales YA. Conmutación de penas en beneficio de los sectores más vulnerables de la población penitenciaria YA. Prohibición de construcción de nuevas unidades penitenciarias YA. Instalación a gran escala de mecanismos de resolución alternativa de conflictos YA. Planes intersectoriales de inclusión social postpenitenciaria YA. Empecemos por ahí y después vayamos viendo…

Menos encierro y más inclusión social. Menos mano dura, tolerancia cero y respuestas demagógicas redactadas por asesores robóticos y más imaginación no punitiva. El abolicionismo penal pide pista. Ojalá sepamos nutrirnos de su potencia transformadora. Ojalá las organizaciones sociales, políticas, gubernamentales o no, vinculadas de algún modo a la militancia en contextos de encierro, asuman cuanto antes esta “bandera” con vehemencia y obstinación. Si realmente queremos cambiar el curso actual de los acontecimientos en la materia que aquí nos ocupa, quizás esta sea nuestra última ficha.
 
Maximiliano Postay